Amar a un perro

Carlos Angeles


El Negro
Uno de mis primeros recuerdos es de cuando tenía unos tres años, es muy poco lo que conservo, solo la imagen de un sillón enorme y un perro grande pasando, no es mucho realmente, y con el paso del tiempo la imagen se ha ido haciendo cada vez mas borrosa; ya no logro distinguir con claridad el color del sillón por ejemplo, aun así, es un recuerdo alegre. A partir de allí, hay pocas etapas en mi vida donde no haya estado presente un perro, y por algunos años, varios de ellos. Hay algo en los perros que me atrapa, hace que me llene de alegría, a veces de ternura y con los más cercanos de mucho amor. 
Tania

La siguiente mascota que viene a mi memoria es una pequeña cruza de maltés con pekines llamada Tania, que técnicamente era mía, pero vivía en casa de mi abuela materna.  De ella recuerdo varias cosas, su alegría para comer, su comida, que olía deliciosa, a base de carne de caballo y tortilla servida en una vieja cacerola de acero, su casa de madera donde siempre permanecía encadenada (yo era muy chico para entender que eso no estaba bien) y, sobre todo, cuando me sentía triste me sentaba junto a su casa y la cargaba entre mis piernas para acariciarla hasta que me sentía mejor o ella se dormía.

Duque "Tres Patas"


A Tania la veía solo de vez en cuando,  principalmente en vacaciones, pero en casa tuve una dalmata que murió muy joven a causa del parvovirus. Todo una guerrera que me defendía a capa y espada, incluso de la familia, compañera de juegos durante las tardes en que me quedaba solo en casa y juguetona como ella sola. La primera que supe que moriría, aun recuerdo como la abracé y me despedí la noche que murió. No la vi partir, la deje dormida y al despertar incluso ya la habían sacado de la casa, creo que me dolió más que no me dejaran verla que el que se hubiera muerto. Muñeca me enseñó el valor que pone un perro al defender a su manada, lo dejó claro el día que trató de morder a mi madre por darme un golpe jugando.

Terry
Después llegó Igor, un cocker spaniel sumamente divertido que cuando mi madre mojaba el piso para hacer limpieza, gustaba de patinar por un pasillo de la casa hasta estrellarse con una puerta de madera . Un ladrón que alguna vez le arrebató la  carne de las manos a mi abuela en el momento en que giraba para pasarla del plato a la sartén. Algo que tengo muy presente es un ritual que seguíamos los jueves, día en que mi madre llevaba mole con pollo de una cocina económica; al cenar me hacía un taco de mole con frijoles refritos y lo partía a la mitad, quedándome yo con una parte y dándole la otra a Igor.

Fang

Yagan fue otro perro con el que conviví, un ejemplar de alaska Malamute enorme cuya principal anécdota fue que me arrastró unos metros por la calle mientras tenía enredada su cadena en torno a mi muñeca y mano.

Cola de Cochino
De Tania, Igor y Yagan no tengo claro cual fue su fin, solo que no pudieron quedarse en casa, creo haber escuchado alguna vez como terminaron, prefiero olvidarlo.

Fiona
Para cuando Mozart llegó a casa, yo ya tenía suficiente edad como para poder ser responsable de su destino, al menos para  intervenir en buena parte de su vida. Un pequeño poodle que se gano mi amor de inmediato, lleno de vitalidad, juguetón, cariñoso y gruñón como el solo. Poseedor de una suerte envidiable, las tres veces que se cruzó una calle sin fijarse apenas en los coches que pasaban, resultó intacto, con todo y que varios pasaron rozándolo. Mozart y yo compartimos muchas aventuras, campamentos sobre todo, trece años que disfruté de todo el amor que un perro es capaz de entregar.

Atena
Junto a Mozart creció Fang, otro alaska que llegó a casa por una indiscreción mía y me costó semanas de inventar pretextos del porque no  le conseguía hogar, hasta que logré que finalmente se quedara por catorce años. la historia de Mozart y Fang la he contado en otro lado, solo puedo decir que los años junto a ellos fueron tan maravillosos y me dieron tanto, que al partir dejaron espacios llenos de melancolía por su ausencia, aun hoy al recordarlos hay veces que se me hace el nudo en la garganta.

Tasha
Finalmente llegaron Yatzín y Ollin, unos encantadores xoloitzcuintles que son la delicia de la familia. Aun estamos escribiendo nuestra historia juntos.

Mozart
A pesar de toda esta compañía canina, creo que nunca he tenido suficiente, durante estos años también conviví con Terry y Muñeca, la pareja de dálmatas que tenían cada uno sus picardías.  la Chocolata, una cariñosa y hermosa criolla rescatada de la basura y adoptada por familiares junto a sus hermanos. Willi capaz de asaltar la mesa y acabar con la comida de una familia de diez integrantes en lo que la abuela iba por las tortillas. Alushe, el vecino que me acompañaba hasta la puerta cada que salía de casa. Laika, la pastor rescatada que nos acompañaba a patinar a Chapultepec hasta que fue adoptada por una pareja que se enamoró de ella en cuanto la vio. Remi, el pequeño que nos esperaba fuera de casa solo para recibir una caricia, el mismo que desapareció para regresar mal herido y permitirnos darle asilo en sus últimos días, el primero que rescatamos para tratar de ayudarlo, el primero que me mostró la nobleza de un animal lleno de dolor que se deja curar sin defenderse. El negro, vagabundo pícaro que me acompañaba por la colonia. Fobos, el imponente criollo negro, terriblemente agresivo, que solo nos permitió dejarle comida, pero nunca acercarnos a menos de un par de metros, aunque movía la cola cuando nos veía. Tasha la poodle de muy triste historia, que llegó a una familia como regalo no deseado y que al tratar de darle una mejor vida la perdió. Fiona, la super cariñosa que nadie quería por "cochina". Perla, la pequeña que se acercó a mí en un parque solicitando ayuda y que al día siguiente pude regresar a su cuidadora. La banda de Neza:  Terry, Tripas, Vaca, Cola de cochino, Goten, Kissi y Atena de aspecto agresivo, muy territoriales, pero un amor cuando uno se ganaba su confianza. Y Duque, mi querido Duque, un criollo de almacén en terracería, mal cuidado y maltratado, con un corte de orejas y cola casi al ras, uno de los que me tomó días ganar su confianza para que al final en una escapada lo atropellaran y terminara con una amputación, misma que se infectó y lo tuvo una semana con el hueso expuesto,  que yo curaba diario con mi casi nula experiencia veterinaria, mi noble amigo que simplemente se acostaba y me dejaba curarlo, el tres patas que fue adoptado y cubierto de amor convirtiéndose en el perro dominante de la unidad habitacional donde vivía.

Yatzin
Junto a ellos, algunos pacientes, muchos de los que no recuerdo su nombre, el Rott que todo mundo temía pero que dejaba que yo lo vacunara entre palmadas y patadas cariñosas,  los chihuahua con nombres de semillas (Frijol, Almendra, Garbanzo...), el bonachon gigante de los pirineos al que sólo a mi me dejaban cortar las uñas, y los poodle hiper consentidos que le enseñaron a su dueña que yo también podía atenderlos adecuadamente. 

Hay muchos que seguramente he olvidado, pero los que menciono dejaron su marca, y a pesar de que cada uno tenía una personalidad y los momentos con cada uno fueron únicos, todos ellos tenían algo en común: una entrega total en cada momento juntos, todos sin excepción, ya fuera en los dos minutos en que coincidíamos en la calle o durante los años que vivimos juntos, al momento de acercarse, moviendo la cola, tenían la mirada atenta y concentrada. No se bien como explicarlo, no es algo que pueda definir, y tengo claro que muchas de las muestra de afecto de los perros no se corresponden con las propias de nuestra especie, que mucho de lo que vemos, es en realidad una imagen que construimos basados en nuestras propias emociones. Aun así, no creo equivocarme al decir que hay mucho de alegría y nobleza en un perro que se acerca a nosotros en calidad de amigo. En todos estos años de convivir con tantos perros, he aprendido a entenderlos un poco, "leer" su lenguaje corporal y ganarme su confianza, en algunos casos apenas para que me aceptaran comida sin dejarme tocarlos, en otros para jugar tan pesado que muchos hubieran jurado que peleábamos. Y tras cada juego, cada contacto o cada palabra siempre estuvo la mirada agradecida llena de confianza y respeto; no hay nada que se compare, un perro mirando con agradecimiento tiene un encanto especial, algo que si uno se lo permite, mueve lo mas profundo de las emociones y lo pone en contacto con la verdadera humanidad, con esa persona que somos sin temor de ser juzgados o rechazados. A pesar de lo cursi que pueda sonar, no hay nada más cierto, un perro que se acerca con alegría es un ser libre de prejuicios, que nos acepta tal cual somos. Y en esos casos , uno no puede sino amarlo.

Estoy totalmente en contra de humanizar a los perros (y a cualquier animal), de tratarlos basados  en las cualidades humanas que creemos ver en ellos; tengo claro que su fidelidad tiene mucho de conveniencia, que su respeto tiene algo que ver con el miedo, que son incapaces de sentir culpa y les importa un comino si ese era el par de zapatos de tres mil pesos, que muchos son sobornables con buena comida o una simple caricia, que incluso, como a los niños, si no los educamos bien pueden convertirse en seres agresivos que lastimen a alguien de la familia. Aun así, hay algo maravillosos en cada perro, algo que se puede ver en su mirada y su expresión corporal; hace mucho aprendí a amarlos, y me siento afortunado de haber disfrutado el cariño de tantos. Amar a un perro es una de las experiencias que mas nutren y que ciertamente nos puede hacer mas humanos. A veces implica tener que limpiar la casa al llegar a media noche porque el perro no soportó estar tanto tiempo solo, a veces resignarse a que el disco,  el libro o los zapatos que compramos ayer se vayan a la basura, o incluso a tener que cambiar la sala completa; a veces, también supone llorar por semanas cuando tras 13 o 14 años de compañía enfrentamos su muerte; aun así cada minuto vale la pena; y cada día cuando me voy a la cama y Ollin se mete debajo de las cobijas no puedo sino hacerme a un lado y abrazarlo, sabiendo que con eso, el mundo tiene mucho de bueno.

Ollin

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