Mural del primer edificio de la Escuela Nacional de Medicina Veterinaria y Zootecnia en Ciudad Universitaria, UNAM

Biol. Rodrigo Merino Barba

Responsable del Edificio Histórico de San Jacinto 

Palabras clave: Medicina Veterinaria, Historia, Murales

En el plan maestro de construcción de la entonces moderna Ciudad Universitaria, además de ser proyectado como el mayor centro de educación superior de México, se la consideró como un lugar de exposición de obras artísticas en gran formato entre ellas murales con una iconografía fácil de entender e ideología posrevolucionaria; todo esto en la corriente de la “Integración Plástica”, que de común acuerdo se conciben espacios arquitectos, pintores y escultores para que incorporen obras artísticas.

Para fines de este escrito nos interesa particularmente el mural que se observa en la entrada del actual edificio B de la Facultad de Química, el cual albergó en un principio a la entonces Escuela Nacional de Medicina Veterinaria y Zootecnia, desde su llegada en 1955 y hasta el traslado a las instalaciones actuales en 1973, cuyas características especiales al ser analizadas permiten explicar su significado, origen y discurso visual.

Este inmueble inició su construcción en 1952, siendo proyectado por los arquitectos Fernando Barbará Zetina, Félix Tena R. y Carlos Solórzano. Influenciados por las tendencias artísticas de su época, insertaron elementos internacionales como el empleo de “murales decorativos”; esta innovación se constituyó en una aportación que se vería reflejada, años después, en edificios urbanos al utilizarse de manera exitosa en las entradas, lobbies y patios, todos con mosaicos coloridos. Lo relevante de esto es que en el contexto de Ciudad Universitaria es un caso único, ya que todos los murales existentes contienen alto grado de significado figurativo.

La obra a la que nos referimos presenta características únicas en su formato, tamaño, ubicación y contexto; además de su diseño abstracto, siendo este último el distintivo más sobresaliente al convertirlo en uno de los objetos artísticos con más interrogantes, pero debiéndose contextualizar como una muestra dentro del movimiento de la “integración plástica” en el Campus Central. Partamos del hecho de que fue realizado exprofeso para la entonces Escuela Nacional de Medicina Veterinaria y Zootecnia y se colocó a lo ancho de la fachada nororiente del edificio, al parecer teniendo una función netamente decorativa y actuando como un “panel-celosía” para resguardar la entrada. 

No hay que perder de vista que el edificio principal de la Escuela de Química se encuentra enfrente, para el cual se había proyectado un magno mural de 360 metros cuadrados que no pudo realizar el artista Diego Rivera y el cual llevaría por nombre “La ciencia química presente en las principales actividades productoras útiles a la sociedad humana”. Sin duda, estas dos obras deberían estudiarse en conjunto, ya que estarían relacionadas, pero desafortunadamente no se pudo realizar este último.

Dentro de las principales características que hacen especial a este mural tenemos el no estar adosado a un muro estructural de algún gran edificio; su dimensión es significativamente menor en comparación a otros; al no responder a la producción del “arte oficial” del momento, se presenta como el único mural abstracto externo que se programó originalmente para Ciudad Universitaria. Aunado a ello, es de resaltar que no está en un lugar privilegiado para ser apreciado, sin embargo este se encuentra a nivel de los ojos del observador, a diferencia de otros que se ubican a granes alturas; al no conocerse ni el título ni el autor de la obra (no presenta firma) puede interpretarse como un objeto meramente decorativo, dando como resultado que cada espectador le dé su propio significado, por ejemplo, algunos simplemente lo conocen como “Las amibas” o el “Desfile de los animales”; sin embargo, al contextualizarlo dentro de la Escuela de Veterinaria se podría referenciar a la diversidad animal; aunque éstas son sólo algunas de las muchas posibles interpretaciones.



La profesora Adriana Berrueco menciona que “el mural se inscribe dentro del arte abstracto con supremacía de lo rítmico sobre lo figurativo; en ella [sic] se pasa del equilibrio del dibujo a la confusión de las formas, sublimándose el color”, pudiendo asemejarse a las obras del ruso Vasily Vasilievich Kandinsky y del catalán Joan Miró.



Se ha considerado que un posible autor podría ser el pintor Carlos Mérida (1891-1984), debido a que, durante su vida artística, se expresó en la realización de figuras abstractas y perspectivas geométricas, asemejándose a las que se pueden ver en el Centro Comunitario de la Ciudad de Guatemala o en la entrada del desaparecido edificio de Reaseguros Alianza, en la Ciudad de México; aunque en el tiempo de la realización del mural de Veterinaria el artista ya se había alejado de los diseños abstractos por las figuras geométricas; aunado a que el maestro Mérida, tenía considerado trabajar en un proyecto de mural exterior con técnica de vitrex, en el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras, de esta misma universidad, que no pudo realizarse, curiosamente de este trabajo hay antecedentes, pero del que nos interesa no ha encontrado ningún antecedente; también es de considerar que estando en la madurez de su producción artística y que esta obra estaba en un espacio tan significativo como es Ciudad Universitaria, que no esté firmado.

El historiador de arte Aldo Solano comenta que dicha obra también pudiera estar relacionada con el arquitecto José Luis Benlliure (1928-1994), quien participó como dibujante de Mario Pani y Enrique del Moral, al mismo tiempo que trabajó como arquitecto-ayudante en la construcción de Ciudad Universitaria. En 1959 el joven Benlliure realizó el “Conjunto Aristos”, en donde actualmente se aprecian dos murales muy semejantes con las mismas proporciones, soportado por pilotis de acero, el mural llamado “La procesión de las Panateneas”, vestibula parte del corredor central, además de que se utilizaron materiales afines, igualmente ninguno está firmado, pero en la memoria constructiva de este edifico se tiene registrado que el autor es el Arq. Benlliure; sin embargo y desafortunadamente, en el mural que nos interesa, aún no se han encontrado documentos que sustenten su autoría.

El mural es de composición horizontal con una superficie de 25 metros cuadrados, 16.45 metros de largo por 1.52 metros de alto; se realizó con técnica tradicional veneciana, consistente en colocar teselas vítreas de formato cuadrangular adecuándola al diseño, calculándose que se emplearon aproximadamente 200 mil piezas de vidrio, sostenido sobre un bastidor de concreto anclado por diez pilotis y seis soportes superiores de metal; en él están plasmadas 18 figuras amorfas de diferentes dimensiones y colores –4 amarillas, 4 anaranjadas, 1 azul turquesa, 1 azul cerúleo, 2 azul cielo, 1 blanca, 2 verde olivo y 3 compuestas de blanco con azul de prusia –, todo esto sobre un fondo que a cierta distancia se percibe de color gris, superficie que se encuentra abrasionada y ya ha generado una pátina; esta obra por sus tamaño, pudo haberse trabajado en algún taller para colocarse en su lugar posteriormente, realizándose durante el año de 1954, ya que en marzo de 1955 se encontraba en su lugar para el inicio del curso escolar de los estudiantes de veterinaria.

Para 1957 la estadounidense Alma Prescott Sullivan Reed, escribió una de las primeras relaciones de murales de Ciudad Universitaria; sin embargo y posiblemente por su anonimato y dimensión no fue incluida en dicha publicación. Además de no existir documentos al respecto en la memoria constructiva del edificio, tampoco se ha encontrado información en el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación. Desafortunadamente, aunado a lo anterior, no ha despertado el suficiente interés para que investigadores de la UNAM o de artes lo estudien a fondo, lo que ha dado como resultado la escasa información con la que se cuenta actualmente.

En una entrevista que concedió el académico de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, el MVZ Santiago Aja Guardiola mencionó que este mural, a finales de los años sesenta del siglo pasado, fue banalizado pintando consignas estudiantiles y la cara del maestro rural de Ayotzinapa, Lucio Cabañas; posteriormente fue cubierto con pintura blanca, la cual con el tiempo se transformó en amarillenta, sometiéndolo después a un proceso de restauración que permitió recuperar su estado original.

También, en el extremo sur de este mural, a finales de años 60, del S XX, vio que el joven Rodolfo Cruz Orozco, se presentó con un cajón para lustrar el calzado para los estudiantes de veterinaria, con el tiempo empezó a vender dulces; la comunidad de la escuela lo integró, convirtiéndose un referente ya sea en este edificio y en el actual y que hasta el día de hoy la mayoría de la comunidad para ir a la barra de alimentos, dice con la mayor naturalidad, “voy al piti”, aunque murió el año de 1994.

Esta obra pasa casi desapercibida; además de ser discreta en tamaño no le beneficia la vegetación que tiene a su alrededor ya que es cubierta por el follaje existente, debiendo de ser intervenido los árboles, subiendo el dosel o colocar arbustos de baja altura; incluso sería de gran apoyo que se reintegre el trazo del andador original en donde se podía caminar a la distancia adecuada para apreciar esta obra tan característica.



La comparación de este mural con el resto de los existentes en el Campus Central de la UNAM sería injusta, ya que palidecería ante obras como las de la Biblioteca Central, entre otras. No hay que perder de vista que el tiempo le da un significado específico a cada una cuando la apreciamos; además de integrarlas a nuestras actividades cotidianas, siendo todo esto parte del valioso patrimonio de la Universidad Nacional Autónoma de México.


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